25.3.05

 

Ciudad de Santa Fé.

La ciudad tiene a lo sumo 30.000 habitantes - queda en la falda de una cordillera,
mientras que hubiera podido buscarse una mejor situación en toda la planicie. Pero los
conquistadores se dejaron guiar por el azar, siguieron especialmente a los indios y
solamente aumentaron las ciudades que ya encontraron. Es una empresa realmente
singular, el establecerse en la cima de una montaña de 1.370 toesas de altura, en una
altura que sobrepasa las crestas de los Pirineos, en una región que aún lleva todas las
huellas de su condición anterior. El extenso suelo los depósitos de sílice redondeado, las
rocas que, como las de Facatativá y Suba, se elevan en la planicie en forma de islas,
todo denuncia la existencia de un lago extinguido. Los pantanos de los alrededores de
Bogotá y Fontibón son también restos de aquel antiguo depósito de agua, y en la época
de lluvia las aguas inundan aún hoy de tal forma la planicie, que sin gran esfuerzo podría
construirse alrededor de Santa Fé un lago mexicano. En un clima menos frío, la cercanía
de estas aguas estancadas (lagunetas de Bogotá) llenas de plantas palustres en
descomposición, sería muy desventajosa. Pero el frío se opone mucho a todo desarrollo
de gases por mucho que la reducida presión de la atmósfera lo promueva, y los
habitantes de Santa Fé sufren menos de fiebres que de ataques reumáticos, hidropesía
y tabardillo (fiebres inflamatorias). En las zonas cálidas (Cartagena, Guaira, Llanos,
aparecen las inflamaciones por la acción del calor del sol. Aquí en el clima frío la causa
parece ser la falta de contrapresión del aire exterior sobre los vasos, la turgencia de los
mismos en el delgado aire de las montañas.

Las más antiguas revoluciones del cuerpo de la tierra pueden siempre ser buscadas en
los mitos religiosos de los pueblos. Aun cuando la incomprensión y la incuria de los
conquistadores españoles nos han conservado poco de la antigüedad india (los monjes
quemaron todo, aborrecieron sin analizar, porque consideraron todo obra del demonio, y
los soldados fundieron todos los ídolos y símbolos), sinembargo aún se puede reconocer
la antigua condición de las Sabanas de Bogotá en lo poco conservado. El Adelantado
Don Gonzalo Jiménez de Quesada (yo ví a uno de sus descendientes no lejos de
Soacha, andar descalzo detrás de una manada de cerdos), escribió, como Julio Cesar,
sus propios hechos; conté sobre los indios, lo que vio y lo que entendió por medio de
intérpretes. El era un héroe ágil, indómito, joven y vanidoso. Un vestido de terciopelo de
color escarlata, con el que se presentó a mal tiempo ante el Emperador en el luto de la
corte, hizo que el conquistador de un nuevo reino perdiera la gracia del Emperador. Un
joven guerrero tan vanidoso no estaba, pues, capacitado para descifrar los misterios
ricos en símbolos de los indios, y el Obispo de Panamá, Don Lucas Fernández
Piedrahíta, que utilizó el manuscrito de Quesada, estaba aún menos capacitado para
transmitirnos hechos genuinos. Pero sabemos por lo que nos refirieron aquellos
historiadores, que entre los pobladores de las grandes mesetas de las montañas
(Sabanas de Bogotá), entra los Muiscas, Calimas, Panches y Natagaimas, reinaban los
siguientes mitos:

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